El diario El Mundo ha publicado un reportaje
sobre estudiantes universitarias españolas que se ven obligadas a recurrir a la
prostitución para poder pagarse los estudios. También están circulando noticias
llegadas de Inglaterra de que, con la subida de tasas universitarias, según el
Colectivo Inglés de Prostitutas y el Sindicato de Estudiantes, el número de
jóvenes que se tienen que prostituir para poder pagar la carrera ha aumentado
considerablemente.
En
algunos puntos de España, como la Comunidad de Madrid, el precio de algunos
estudios universitarios ha llegado a subir hasta un 100% de un año a otro. Es
de suponer que muchos estudiantes, para pagar la siguiente cuota, estarán
pensando en la prostitución, pero aún les queda una última esperanza: ¡la Lotería de Navidad!
España es uno de los
países que más juega a la lotería de todo el mundo, si no el que más. De los
que se conocen los datos, en Alemania un 22% de la población lo hace
regularmente y un 40% ocasionalmente, en Reino Unido la proporción es 41%-67% y
en España, líderes mundiales, un 57% de habituales y un 70% de ocasionales.
Sólo se nos acerca Estados Unidos, con un 55% de jugadores fieles.
¿Y quién será, dentro de nuestro territorio, el campeón de
campeones?Pues la comunidad autónoma donde más se juega en España es la
valenciana. Y en las que menos, Extremadura y Ceuta y Melilla. Pero peor lo
tienen los catalanes. Cataluña es la que más se acerca, junto con Castilla-La
Mancha, a la media de gasto total de España. En este punto, Wert no podrá españolizarlos más. Una tragedia mediática.
No
obstante, el fenómeno es
internacional. Nadie se salva. Marx analizó la lotería de Luis Napoleón y ya advirtió de que se trataba de un vil engaño a los
trabajadores, un instrumento para confundir al proletariado con la ilusión de
que, sin necesidad de hacer la revolución o luchar por su dignidad, podía salir
de la pobreza. Pero de nada sirvió: en la Unión Soviética, así como en el resto
de democracias populares, hubo loterías.
También
es casualidad, y curiosidad, que según el filósofo italiano Antonio Gramsci, Marx tomara de Balzac la expresión "opio del pueblo" con la que el
incansable novelista francés se refería a la lotería fascinado por su efecto
hipnotizador, aunque fuera para aplicarla luego a la religión en su faceta más
perversa, lo cual no habla muy bien de la lotería precisamente.
Y
todavía fueron más duros el filósofo y economista inglés William Petty, que dijo que los
jugadores de loterías eran "tontos autocomplacientes", o el mismísimo Adam Smith, quien concluyó que
esta modalidad de recaudación de impuestos se basaba en un
"autoengaño" de la población. Las matemáticas son muy elocuentes,
pero hoy en día aquí seguimos todos, mirando a ver si sale la bolica buena.
Muchos
trabajadores españoles, por ejemplo, han dicho este año a sus compañeros que no
hacían la última huelga del 14 de noviembre porque no podían prescindir,
sintiéndolo mucho, de un día de salario, y se excusaban prácticamente el mismo
día que encargaban sus doscientos euros en lotería, como poco. Somos una etnia de contrastes.
Uno
de los primeros psicólogos, George Devereux, ya halló la fórmula
de esta aparente sinrazón. Explicó que la lotería era "una forma de
escapar del sistema cerrado del trabajo y ahorro, una especie de válvula de
seguridad a través de la cual los deseos reprimidos pugnan por salir y permite
la canalización de las demandas disruptivas". Es decir: no haces huelga,
das dinero al Estado y encima te desahogas y te quedas más tranquilo ¡Y las
querían privatizar!
Con
todo, España, como siempre, presenta sus particularidades. Lo mismo que sólo
hemos podido ganar el Mundial haciendo tiki-taka, llegamos a ser
campeones mundiales en consumo de lotería con un fenómeno casi exclusivo, el
juego en compañía. Un estudio encargado por el Centro de Investigaciones Sociológicas sobre nuestra ‘pasión', coordinado por Roberto Garvía, de la Universidad
Carlos III, viene a explicar que lo que nos distinguió del resto de naciones
europeas fue esta forma de entender el juego.
En la España del siglo
XVIII, la Lotto era la que daba los premios más bajos de toda Europa. El
problema, el porqué, es muy gracioso. Según explica este profesor, el sistema
de validación de apuestas era muy complicado. Entonces, el primer director de
la Lotto española recomendó que se descentralizara el sistema con delegaciones
independientes en Barcelona y Cádiz, pero el secretario de Hacienda no lo
permitió "por motivos políticos". Eran los Borbones y acababan de
ganar cierta guerra.
Esto impidió que se
pudieran aceptar correctamente las apuestas, de modo que los funcionarios
encargados de supervisarlas tiraron la toalla. Se validaban todas. Y el riesgo
que esto suponía para la Hacienda Real era que un afortunado ganara "un
premio exorbitante", sigue el profesor, y arruinara al Estado. Así que
antes de racionalizar el sistema y descentralizarlo, se decidió reducir la
cuantía de los premios.
Pero
en 1861, un jugador hizo una apuesta loca y ganó un premio de un millón de
pesetas, el más grande en toda la historia, que desató a su vez una
"fiebre lotérica" por todo el país. A los pocos meses, otro jugador
volvió a ganar hasta el punto de que las siguientes apuestas que no tardaron en
recibirse "eran tan grandes que la Dirección de Loterías podía llegar a
tener que pagar más premios de lo que el Ministerio de Hacienda había podido
recaudar el año anterior emitiendo deuda". Solución: fuera Lotto. Y de
excusa, que era inmoral y había que proteger a los trabajadores. Estrategiawin-win.
Así llegó un nuevo
modelo, la Lotería Nacional. Era más flexible, mejor organizada, pero el
billete mucho más caro, y es ahí
donde apareció el fenómeno: los adictos a la vieja Lotto no podían parar de
jugar, tampoco comprar billetes a esos precios, y se vieron obligados a poner
en marcha su red de contactos para obtener participaciones en números, es
decir, empezaron a jugar en compañía.
Hasta
la segunda mitad del XIX, mientras crecía el PIB de Alemania, Italia o
Portugal, se registró un descenso del consumo de loterías en esos países. La
gente dejaba de jugar en paralelo al desarrollo de la economía. En España, no obstante, ocurrió lo
contrario: cuanta más riqueza había
en el país, más jugábamos.
Y todo por el juego en
compañía. Al principio, según cita el estudio aludido, éste se extendió porque
servía para fortalecer los vínculos sociales. Un billete compartido era
"un símbolo de lazos interpersonales". Por ejemplo, la obsesión de
los oficinistas, por supuesto, era compartir número con su jefe; en la Guardia
Civil, con el mando pertinente; el cacique de turno con sus amamantados; las
familias cediendo su número unas a otras cual reverencia respetuosa,
etcétera...
Y así, hasta hoy,
donde en estas fechas navideñas el desembolso es considerable, cuando no
pornográfico, y ya no se sabe si uno lo hace por el premio, para hacerse rico,
o por si acaso se hacen los demás. Muchos oficinistas amargados están comprando
números guiándose por un deseo que no conoce mesura de que no se haga rico ese
subalterno que le tiene soliviantado y él no. Eso es lo que empuja a uno a
tratar de reunir todos los números posibles, los de los amigos pero
especialmente los de los enemigos.
O
en los pueblos, donde a nadie le debe faltar la lotería de ningún bar, y raro
es el pueblo español que no tenga uno cada dos metros. En la ruleta en cada
apuesta se cubren todos los números posibles, aquí se hace por zonas
geográficas: peinando el territorio como una Wehrmacht ávida de cupones.
Otro
momento glorioso de nuestra lotería es cuando toca en un pueblo y rápidamente
se presentan unos caballeros que quieren comprar boletos premiados in
situ, con billetes que llevan ahí mismo en bolsas de plástico, por
mayor valía que el premio, generalmente entre un 16 o un 25%. A mediados de los
noventa se desarticuló una trama que había blanqueado 1.500 millones por ese método
y se detuvo a 22 personas.
Pero
da igual, los premios le siguen tocando a los mismos, año tras año, y el
Ministerio de Hacienda reconoce que ésta es una práctica bastante común.Juan Antonio Roca, en su juicio por el Caso Malaya, vino a decir
encogiéndose de hombros algo así como que qué culpa tenía él de
que no parase de tocarle la lotería.
Y así seguiremos. En
estas Navidades, dada la situación tétrica del país, muchos soñarán con poder
pagar su casa, cambiar la ropa vieja de sus hijos o comprarse una silla de
ruedas que se niegan a prescribirle y está recogiendo tapones de plástico por
el suelo para que la caridad le dé una, pero los sueños, sueños son, decía el
otro.
http://www.valenciaplaza.com/ver/71015/loteria--historia-de-un-impuesto-sobre-la-estupidez.html