María do Carme García-Negro
22/dic/24
Como habrán adivinado quienes hayan tenido a bien leer este artículo, está enviado antes de la celebración del sorteo de la lotería de Navidad; por lo tanto, nada de lo escrito aquí puede estar condicionado por el premio Gordo de este año, por el lugar favorecido, por el afortunado, por cuántos 'huecos' cubrirá -en una expresión poco agraciada, porque, si metemos el dinero en los agujeros, a lo peor, desaparece-, ni tampoco influenciada por la simpatía de los ya clásicos tiradores de chorros de cava para empapar a quienes coincida pasar por delante de la tienda expendedora y tengan el gusto de salir en la televisión haciendo el 'indio'.
Este juego de azar nació en su momento como una buena idea para cubrir los gastos de la Guerra de la Independencia. La Hacienda del Reino de España fue deficitaria, mal administrada y de tiro rápido durante un largo período de la historia. Incluso en la época del nacimiento de la Lotería del Estado se consideraba un gran invento realizar estos sorteos para, con mucho disimulo, recaudar fondos de forma que sería por otro medio sería imposible. Todo el que se dejara guiar por la ilusión del premio estaría dispuesto a apostar sin pensar en la posibilidad cierta de no recibir nada a cambio.
A medida que la historia fue avanzando hasta la etapa actual de predominio de impuestos directos con la característica de ser progresivos, los predominantes en tiempos de régimen absolutista o dictadura eran en su mayoría regresivos: más impuestos indirectos (sobre el consumo) de capitación (servicio militar) o numerosos bienes estancados ( tabaco, sal, plomo...) de los cuales la lotería es uno de ellos: es un monopolio del Estado emisión, venta-recaudación, pago de premios y cobro del gravamen sobre premios. Y ese aspecto de monopolio sigue existiendo hoy a pesar de los fuertes cambios en la estructura de la Hacienda Pública.
La lotería es un impuesto regresivo porque el precio de cada billete es exactamente el mismo para todos los jugadores independientemente de la renta y patrimonio que posean. Y al tratarse de un juego de azar sujeto a las leyes de éste, es imposible que alguien que juega muy poco vea hecha realidad su ilusión de ganar algo sustancial o que pueda cambiar su posición social. Con un décimo de la lotería de Navidad -20 euros- que gana el Gordo, se cobran 328.000 euros (400.000 menos el impuesto a los no exentos).
Ahí dejamos un espacio en blanco para que cada uno evalúe lo que quiere decir, sobre todo si comparamos lo que ganaría alguien con otra disposición de gasto, por ejemplo un billete, varios billetes o el número entero. También merece la pena comparar los ingresos de todos los que compraron la lotería a trozos -en décimos- con los 1.158 millones recaudados por el Estado en este sorteo. El valor de la emisión de este año es de 3.860 millones de euros, de los cuales 2.702 millones se repartirán en premios. Los 1.158 es el 30% fijo que recauda el Estado por el hecho de emitir, y, dado el número de apostantes, existe una alta proporción de pagadores entre trabajadores de ingresos medios, bajos y muy bajos. En este caso la ilusión creada funciona a favor de la recaudación pública y en contra de las rentas más bajas.
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